Época: Japón
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1868

Siguientes:
La agricultura
El comercio
Aumento de la producción
La importancia del mar
Crecimiento urbano



Comentario

Dos son los principios fiscales sobre los que se apoyaba el shogunato Tokugawa: el cobro de tributos en especie, básicamente en arroz, y el control por el shogún de las manufacturas y el comercio, concentrados en las grandes ciudades.
A partir de 1640 Japón se convirtió en un país cerrado al mundo exterior, con un profundo dirigismo económico que propugnaba el alejamiento del comercio y la defensa del mundo agrario, con una rígida estamentalización por clases y funciones sociales donde el individuo queda condicionado por su actividad económica. A pesar del estrangulamiento a que se encontraba sometido el comercio exterior y el horizonte escasamente promisorio del ámbito doméstico, el período Edo experimentó un notable crecimiento económico, tanto rural como urbano, al que contribuyeron sin duda la paz, el aumento de la productividad agrícola, la desmedida demanda urbana, las diversas mejoras tecnológicas, el servicio alterno de los daimyos en la capital y el crecimiento demográfico.

Resultante de una mezcla de las experiencias del siglo XVI y de la nueva cultura confuciana del siglo XVII, el pensamiento económico Tokugawa se basaba en la agricultura como principal fuente de riqueza. Una sociedad en la que los samurais gobiernan, el campesino produce y el comerciante distribuye, adoptaba una política económica tendente a la diversificación interna y a la restricción del comercio exterior. Pronto esa visión anacrónica se hizo insostenible, fundamentalmente a causa del desarrollo del comercio y de la artesanía, pero sobre todo porque los samurais, alejados de la vida rural, se transformaron en un estamento ciudadano. El confucionismo, en principio hostil a la economía, pronto se adaptó a los nuevos tiempos y, a finales del período Tokugawa, escritores, como Dazai Shudai, preconizaban la aceptación de la economía dineraria como legítima manifestación del crecimiento económico.

Como principales características de la agricultura destacan el pequeño tamaño de las explotaciones, el cultivo intensivo y la división de los campos en dos tipos: los irrigados, para el arroz, por una parte, y los de secano, para los demás cereales y legumbres, por otra. El sector agrícola experimenta una notable expansión a lo largo del siglo. La producción aumenta debido a una mejora del utillaje y del perfeccionamiento de las técnicas agrícolas. Asimismo, se observa una diversificación de los cultivos de forma que a los cereales se añade el arroz, cultivo que se generaliza hasta el punto que se producía ya, con fines comerciales, en muchas regiones japonesas. Los cambios fueron más rápidos a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, como lo confirman la publicación continua de libros de agronomía, la especialización bovina y caballar del centro y norte de Japón, respectivamente, la expansión de cultivos como el tabaco, el algodón y la explotación de productos subsidiarios, como la madera. En definitiva, en el siglo XVIII se había pasado de una economía de subsistencia a una economía comercial, donde la venta de determinados productos había modificado el carácter de la economía rural.

El excedente económico dio lugar a numerosas actividades secundarias, como el préstamo de dinero o la producción y de tejidos, al tiempo que afectaba a la organización social campesina básica. Los propietarios más ricos alteraron las antiguas estructuras concentrando tierras y contratando personal asalariado, mientras que los más desposeídos quedaban convertidos en meros jornaleros. Pero quizá el problema agrario más grave fue la precaria relación existente entre la población y los recursos alimenticios. En efecto, las malas cosechas, con las secuelas subsiguientes de carestía y hambre fueron frecuentes en este siglo, situándose los períodos más graves en 1732, 1783 y 1787. El descontento del campesinado, por estas razones, era endémico y, aunque más patente en las duras provincias del Noroeste, se había extendido a todo el país; dado que los campesinos carecían de armas, los levantamientos solían acallarse rápidamente y los líderes eran ejecutados. Pero la protesta campesina era un movimiento económico carente de todo contenido revolucionario, no se pretendía rechazar el orden social sino trataba sólo de pedir que se corrigiesen algunos de sus aspectos más abusivos. En el comercio también se produjo una mejora tecnológica y un aumento de la producción. La existencia de un activo comercio interior se percibe a través del gran desarrollo del capital comercial, ya que alrededor de 1761 operaban en el Japón más de 200 casas comerciales cuyas actividades se basaban en el préstamo de dinero y en el intercambio.